Bolívar tiene 12 calles que son paralelas entre sí, tiene un inicio y un fin fenomenal, uno es el Golfo de México y otro es un pedazo de selva donde se puede escribir pero no tanto leer, no tanto concentrarse en observar puesto que los sonidos te llaman, te transportan la vista al cielo o a la mirada de la fuente de salvaje brote. Te internas en una célula multicolor de múltiples latidos entresacados y, a veces, indistinguibles.
El mar esta hecho para morir, para desprenderse del cólera o de cruces o del vulgar sentimiento de seguridad. Que metáfora mas hermosa es poder flotar por encima de un vacío del que desconocemos sus melodías hasta que nos sumergimos para desgajarnos y creernos parte del mismo. Es ahí donde se vierte una energía fenomenal en los agujeros de la conciencia que no tiene tiempo de ser impertinente.
Es así como recordaré Veracruz, ni alcohol ni luces de neón. Ni rejas ni huidas. Me voy con el glaciar del mejor Rock que he visto en un Bar. Me voy a reinventar un comienzo que es mas una continuidad de este interminable dilatar de las pupilas sorprendidas por las consecuencias engendradas en el rodar…
Tic, tac, tic, tac…
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