lunes, septiembre 11, 2006

La censura de mi ventrílocuo .

Antonio, mi sabueso de ojos grises, me olfatea y se larga un par de horas a los olivos. Envidio su libertad y su galope de metralla. No me deprimo cuando pienso que es a él lo que más he querido desde el bólido decembrinas, pienso que lo sabe. Tamales chancleta, gafas, Faulkner, Cummings, el Kipling de Royal y la nariz de Victoria en el morral que hoy no cargó nada ilegal.

No tengo a quien ame o vida que quiera o muerte que robe.
Por mí, como por las hierbas un viento que sólo las dobla
para dejarlas volver a aquello que fueron, pasa.
También por mí un deseo inútilmente sopla
los tallos de las intenciones, las flores de lo que imagino,
y todo vuelve a lo que era sin nada que acontezca.

Odas de Ricardo Reis

La terapéutica resaca, que te obliga a no alborotar los hemisferios, me silencia y cabalgo a pescar la mejor especie del Pánuco . Fracaso, pero me convenzo de que lo hice bien, hoy nada me bajará de esta nube de pretenciosa paz mental. Suelo retocar imágenes que no quiero olvidar por lo pronto, memorizo frases y gesticulaciones muy sencillas. Pero no importa que tanto cuides a las plantas, terminaran por morir.

"Vivir es como hacer una suma larga: es suficiente con haberse equivocado en el total de los dos primeros sumandos para ya no encontrar nunca la solución"
Del libro del desasosiego.

Preciso el diámetro en el que sé que no precipitaré ninguna decisión al regreso, suelo apagarme cuando discuto en soledad mis absurdas importancias. A veces uno pierde el afán, el hilo conductor al estomago por nuevos apetitos y ,al igual que Proust, acelero la hora de dormir en el medio del verde y la tala clandestina , entre las palabras que no se eslabonan y los planes que escondo cuando llega la hora de firmarles.


El sol recoge los hilos, los arrincona y yo salgo a la luz que no me deslumbra.
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