martes, febrero 10, 2009

AMOR PROPIO

...

AMOR PROPIO.
Por ESTRANGED

Esther de la Vega Zaragoza, cincuentona de ágil mente y rígidos gestos, caminaba mocha por el tacón roto que le provocaba la prisa de la mente en blanco y de su cambio de residencia, pues Esther tenía decidido un cambio sustancial. Varar en puerto desconocido, vender esa casona vieja de sus padres que decían estaba embrujada por la desaparición de su hijo Mateo el más pequeño. Quería partir en silencio educando a su hija Julia -a la cual le llamaba debilucha-. Se apuraba, era el sepelio simbólico de la última de sus hermanas: Hortensia de la Vega. No derramó ni una lágrima, ni si quiera contuvo algún sentimiento, tal vez era por que no había cuerpo presente. Hortensia se desvaneció en las latitudes de la presa Francisco Zarco. Se suicido. Debido a su lejanía con el mundo nadie lo supo si no tres días después que su marido llegó de viaje, este le traía una tasa para café grabada con su nombre, una más para la colección, era como un regalo diplomático, tal y como lo era su relación. Hortensia no necesitaba ese último empujoncito de aburrimiento para tomar la decisión de llenarse el saco de piedras, hundirse y sentir que dormiría en lo más parecido al mar, al menos eso era lo que relataba en la carta de despedida que dejó.

Las condolencias iban y venían. Esther tenía vagas memorias de su vida familiar. Sólo tenía claro como fue desprendiéndose del cordón umbilical y de los buenos hábitos de casa, de su fascinación por los jardines de las casas grandes, esto último lo seguía conservando. La última generación de tres hermanas había nacido con la maldición de no poder procrear, era la herencia de su apellido, hasta que nació Esther, la niña prodigio, condenada a tenerlo todo.
Cuando eran adolescentes, Esther les llevaba al bosque y prometía a sus hermanas tener tres bebés y darles en adopción uno a cada una. La realidad es que tuvo dos hijos, fue madre soltera y no le regaló nada a nadie.

A pesar de ser la menor tomó la batuta desde que su conciencia hecho a andar los motores de la anticipación. Su vida cambió cuando su padre se pego un tiro después de haber asesinado al amante de su madre. Era su referente y ya no estaría más. La familia comenzó a extinguirse cuando su madre murió oxidada de cáncer pulmonar, pero existe el rumor de que en la autopsia el médico forense firmó, que había muerto de soledad, de abandono, de nada. Su hermana mayor le cuido unos años pero terminó el psiquiátrico, muerta en vida.

Mientras todos estos recuerdos le transitaban como un vendaval, su hija hablaba de querer fumar un cigarrillo y que las clases de piano le aburrían. Esther volcó su mirada a la niña, y, con desprecio, pensó que debió regalársela a su hermana la loca cuando aún vivía en su juicio, pues no tenía la estirpe necesaria para triunfar.

Llegan a casa y a lo lejos saludan los viejos del vecindario, les ignora mientras piensa en retirar el letrero de venta de la casa. Lo había decidido, alguien de su raza no huía a ningún lado. Miro por la ventana a Julia y vino a su mente un pensamiento de amor, creyó que era tiempo de que su hija acompañase a su hermano, que había muerto envenenado, y a su tía Hortensia a quien asesinó cuando ésta descubrió los hechos. Mató a su hijo porque le recordaba la cara de aquel que había sido su pareja durante muchos años, desde la adolescencia, y todo terminó cuando comenzó la vida de Mateo. Esa relación fue la última ocasión en que Esther sintió estremecimiento, ese pinchazo embrutecedor al que llaman amor.
Así, junto a esos girasoles, a las raíces de las jacarandas y tres metros bajo tierra, en el jardín, les había enterrado a ambos. Esther sintió un leve escalofrío, pero es que ella estaba condenada a tenerlo todo y tenía que ser ella el ocaso, la última mensajera de la dinastía De la Vega… En su mente se instaló un halo de gloria. Tomó la tasa de té, y, salió al jardín del amor propio.