miércoles, mayo 25, 2005

NOSOTROS.

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Somos los que callan. Los que observan y pintan. Los que oyen y componen. Los que leen y escriben. Sentidos minuciosos, implacables para quienes observamos -y para nosotros mismos-. Sentidos milenarios, entrenados en un ejercicio preescrito por un Maestro: El Tiempo. Discípulos de aquellos que han dejado testimonio de edades de horror y desmesura, de heroísmo y ocaso, de fin y principio.

Isaías, Moisés, Elías, los dos Juanes del viejo y nuevo Libro, y de aquel Jesús que nunca escribió. Homero, Sócrates y Tucídides, que enseñaban de dioses y de hombres; Marco Aurelio, Séneca, Cicerón, Ovidio y Horacio, los latinos que escribieron palabras eternas en un imperio que fenecía; Hypatia, la que sabía; Hugo de Payns y Jacques de Molay, alfa y omega de la primer cofradía universal; Dante, Poe y Maquiavelo, cartógrafos de los reinos oscuros donde el hombre anuda su destino; Nostradamus, Malthus y Spengler, los que vaticinaron, y por supuesto, el anónimo cantor del Gilgamesh, cuyas palabras nos herirán siempre.

Nos duele.Nos duele el mundo. Somos los dolientes que tañemos la campana que dobla por los difuntos, los que han muerto -y los que han de hacerlo-. Que dobla por una era que termina. Nuestro trabajo está en las sombras.

Nuestra meta es -una vez lo dijo Leonard Cohen- registrar, con la precisión de un sismógrafo, las convulsiones de un paisaje sangriento. El que yace frente a nosotros -y en nosotros. Ser santos. Santo es el que agoniza entre el amor al infinito y el amor a la tierra. Un Ángel prisionero. Un santo, un ángel caído, un humano.


http://www.debemurmorti.com/asg/ns.html